Sobre procrastinar
Siempre me ha costado iniciar, desarrollar, y terminar proyectos. Soy víctima de mi forma de ser y procrastino. Me miento diciendo que mañana será un mejor día para iniciar o en un par de horas. En especial, me encanta quedarme pensando en cosas alrededor del proyecto. Fantaseo mentalmente con ideas que no requieren esfuerzo. De esas que me hacen sentir que estoy progresando. Aunque sea falso, amo esa sensación. Mentiras blancas que disfruto para justificar no hacerlo.
Aunque estoy hablando de mí, de alguna forma no soy sólo yo. Todas las personas estamos condenadas a experimentar esa resistencia. Luchamos con nuestros hábitos y sentimos nuestros intentos inútiles. Nos justificamos diciendo que tenemos muchas cosas por hacer pero nada nos detiene a gastar horas en redes sociales o viendo pantallas. O decimos que hoy no es un buen día pero pasan meses que ningún día es bueno. Culpamos la falta de inspiración. O incluso llegamos a preguntarnos: ¿para qué hacerlo?
Es una guerra constante pero lo peor es que nos creemos estas justificaciones. Las creemos al punto que desistimos. Ahogamos nuestros deseos en excusas o en expectativas irreales. Pues es iluso imaginar que haremos las cosas “perfectas” a primeras.
En mi experiencia, mis barreras son internas y no externas. Aunque debo ser sincero, por mucho tiempo fueron externas (incluso todavía me persiguen de vez en cuando). Fantaseaba pensando en la opinión de otras personas al hacerlo. Y al tenerlo hecho, les enseñaba con ansias para saber sus opiniones. Pero con el tiempo me di cuenta que es la peor forma para sustentar mis proyectos. No sólo es la forma más vanidosa de motivarme, también me di cuenta que de forma indirecta me limito a lo que otras personas quieren, a sus tiempos, sus palabras, y formas de ver el mundo.
Otra justificación que me encantaba es la famosa falta de inspiración. La sensación de mirar la página en blanco, el lienzo, la cámara, la pantalla de la computadora, o cual sea que sea nuestro medio. De sentirme confrontado con crear algo y desistir al no tener una revelación divina instantánea. O peor aún, cuando deseché la idea de intentarlo porque no me sentía inspirado y por ende mejor ahorita más tarde o sino mejor mañana.
Ver la página en blanco es un gran reto. Pero es absurdo creer que iniciaremos los proyectos con algo tan increíble que quedará escrito en piedra. O creyendo que no tendremos que superar otros obstáculos durante el proceso. No sé. Hay algo tierno en creer alcanzar una destreza en algo sin un proceso de aprendizaje. Y es que al pasar la página en blanco faltan muchísimos retos más, como continuar, cambiar dirección cuando es necesario, y hasta saber cuándo dejar el proyecto.
Es frustrante. El proceso creativo está lleno de errores, experimentaciones, imprevistos, pero sobre todo, aprendizajes. Fácilmente puede ser problemático si lo vemos como derrotas porque en poco tiempo nuestra energía para sobrellevarlas se agota y desistimos. Pero las podemos ver de otra forma. Una que nos permita avanzar. Mentalizarnos a llevar el proceso de otra forma.
Podemos pensar en ser analíticos y más estructurados, o incluso todo lo contrario, simplemente divertirnos y no pensar en cómo lo estamos haciendo sino enfocarnos en hacerlo. Pero al tiempo, la forma estructurada puede ser sumamente cansada y la divertida puede hacernos sentir que avanzamos muy lento. En cambio, debemos apuntar a un punto medio. Y creo que la mentalidad de la curiosidad es exactamente eso. Una que nos permite navegar los errores de forma positiva y hacernos ver por qué sucedieron. Por lo que aprendemos constantemente del proceso y nos impulsamos a seguir.
La curiosidad también nos ayuda a superar la página en blanco. Aunque lo hace de otra forma. Una mucho más sutil que puede que no nos demos cuenta pero que está presente en nuestras vidas y nos invade en la cotidianidad. Para una diseñadora puede ser la sensación de materiales, la composición, los colores, las funciones de los objetos, las formas que organizamos nuestras vidas. Para una sonidista, los sonidos que nos envuelven, las formas que decimos ciertas cosas, la música que nos emociona, o los distintos colores sonoros que producen los objetos. Para una abogada, puede ser la forma que argumentamos, lo que consideramos justo o no según nuestras culturas, o la destreza que tengamos para comunicarnos. Sea como sea, nuestra curiosidad nos permea y nos ayuda hacer sentido del mundo.
No necesitamos una revelación divina para superar la página en blanco. Nuestra forma de ver el mundo es más que suficiente, ya que es única. Ha sido formada lentamente por nuestra forma de ser, nuestras experiencias, nuestro talento, y esfuerzo. Vemos el mundo de una forma particular y por consecuente nuestros proyectos traerán de una u otra forma esa perspectiva. En otras palabras, convivimos con una constante revelación divina, ya que no podemos detener la forma que miramos y nos relacionamos con la realidad.
Lo cual nos lleva finalmente al “¿para qué?”. Pero si vamos a dudar para qué expresarnos o para qué desarrollar una habilidad siento que es válido cuestionarnos cómo queremos pasar nuestro tiempo. La elección de lo que hacemos con cada respiración que damos siempre está. Algunas veces no podremos por la cantidad de cosas que debemos hacer, en otras sólo tendremos las ganas de descansar, pero siempre habrán momentos en nuestra vida que podemos destinar a estas exploraciones personales.
No tiene que ser escribir un libro, o hacer un mural, o una película. Puede ser aprender a cocinar algo, hacer manualidades, tomar fotografías con el celular, o tomarnos el tiempo de escribir mejor los mensajes de texto que enviamos. Podemos iniciar con algo pequeño. Y si la curiosidad no deja de crecer y la vida lo permite, puede que los proyectos cada vez se hagan más grandes.
En fin. ¿Cuál es ése proyecto que quiere hacer y no está haciendo? Siga la curiosidad innata que tiene… de por sí… no la va poder apagar.